Recuerdo perfectamente el día en que vi por primera vez en una revista internacional el trabajo de Santiago Borja. Más allá del orgullo natural de que un compatriota sea reconocido internacionalmente, me alegró porque Santiago reinvindica el trabajo de piloto, lo humaniza, le devuelve a su gremio la posibilidad de expresar una sensibilidad, un punto de vista. Santiago nos invita a volar con él y a maravillarnos junto a él con nuestro planeta vivo, ese enorme animal esférico que nos contiene y contiene todo lo que amamos.

 

Como muchos de los que están aquí presentes, soy un amante de la aviación. He volado, un poco menos que un piloto, pero mi vida ha estado marcada por la posibilidad extraordinaria de aparecer por arte de magia en otros punto del globo terráqueo, la oportunidad de ampliar los afectos a tierras que en otros tiempos estarían vetadas.

 

Antoine de Saint-Exupery, el escritor/aviador por excelencia, decía algo en lo que creo fervientemente: ¿Existe algo más humano que un avión? La respuesta es no. Para que exista un avión intervinieron generaciones de filósofos, pensadores, aventureros, matemáticos, físicos, electricistas, ingenieros, empresarios, diletantes, locos. Sin todos los errores del pasado los aviones modernos no serían el medio de transporte más seguro que ha conocido la humanidad. La ciencia aplicada y la ciencia teórica son el producto del trabajo de centenas de miles de hombres y mujeres que se han equivocado, que han soñado, que se han permitido dudar de manera sistemática a través de los tiempos.  Un avión moderno es la punta del iceberg, el producto más elaborado de la capacidad creadora del ser humano, la más humana de todas las máquinas por la cantidad de personas involucradas en su existencia, por el esfuerzo colectivo que la humanidad ha invertido en ellas.

 

Santiago con su trabajo humaniza al avión, lo rescata de su caracter de máquina fría e incomprensible, y le dota de humanisima poesía, lo convierte en nave que nos permite transitar el asombro.

 

Hay una característica del trabajo de Santiago que me llama la atención por sobre todas las demás. Santiago nos muestra un espacio vetado a los meros pasajeros, él vuela al frente, mirando todo, entre el profundo misterio del universo y esa tierra que es el único lugar donde recuperamos nuestro aliento. No lo olvidemos, es todo una ilusión, siempre el combustible se agota y tenemos que volver a tierra firme. Nos levantamos unas horas por sobre las nubes y nuestro planeta está allí frente a nosotros en su gloriosa complejidad. El cielo estrellado nos recuerda nuestro verdadero lugar en el universo.

 

La tecnología nos acoge, nos da la falsa sensación de que estamos protegidos, de que somos mucho más grandes y poderosos de lo que en realidad somos. Las luces del tablero nos hacen creer que hemos vencido la oscuridad, que todo puede ser comprendido mediante parámetros técnicos y matemáticos. Pero afuera está la tormenta, la tierra que se sacude, los vientos, el frío glacial de los 10.000 metros de altura, la vía láctea, la fragilidad esencial del ser humano cuando se enfrenta al misterio.

 

Santiago nos invita a volar entre lo más humano, nuestras ciudades iluminadas, nuestros campos cultivados, nuestros espacios habituales… nos invita a volar entre eso tan humano, tan cercano a nuestro corazón, y el misterio de la naturaleza y su indiferente potencia.

 

Siempre recuerdo un pasaje en Tierra de Hombres del gran Saint Exupery en que dice que los espacios salvajes, que aún no hemos domesticado, son interminables, que la impronta humana es más reducida de lo que pensámos. Es aún así, aunque mucho menos ahora que cuando Saint Exupery volaba. Pero incluso en en siglo XXI al cruzar en la noche el Pacífico, el Atlantico, el Sahara, el Amazonas, los Andes pueden pasar horas sin que veamos una sola luz humana, ni un un minúsculo testimonio de que somos cohabitantes de nuestro planeta. Ahí afuera de la cabina está solo la fragilidad, el misterio profundo, la tormenta, el silencio, la negación, la soledad, la maravilla de ser, de sentir, de tener ojos y sensibilidad.

 

Gracias Santiago por ese regalo que nos haces a todos y por reinvindicar el papel esencial de los de tu gremio. Necesitamos un piloto que domine su arte, pero también uno que no pierda la gratitud y la capacidad de maravillarse